Como cada viernes, estoy sentada en la mesa de siempre, de
mi cafetería favorita. Perdida en un libro, con un zumo de piña en la esquina y
una magdalena a la mitad. Cuando oigo a mi
espalda: ‘’Cuanto tiempo, ¿me puedo sentar?’’ No me hizo falta girar, sabía que
era él, habría recocido su voz en cualquier lugar. Sonreí y asentí. Se sentó frente a mí. Empezó a hablar, pero
era incapaz de escucharle, me pareció oírle decir algo de rescatar una causa
perdida. No supe que hacer. Las piernas
me empezaban a fallar, la respiración se me entrecortaba y sentía como un nudo en la garganta. Y sin
más, le empecé a hablar de las noches en vela, de las cicatrices, de lo egoísta
que estaba siendo conmigo. Entonces fue
cuando le señale el camino de ida, a pesar de que lo necesitaba más que nunca.
Dijiste que nunca volverías, sin embargo mírate aquí.
Ohh! Me encanta este mini-relato :) Me identifico mucho. De hecho, yo también haría lo mismo que la protagonista: Si me dijiste adiós una vez, ¿para qué volviste? ¿para hacer más daño todavía? En ese caso, ya te puedes ir por donde has venido...
ResponderEliminarCreo que más o menos lo que dice el texto es eso, ¿no? ;)
Un abrazo y, por favor, pásate por mi última entrada, necesito opiniones :3
Muchisimas gracias, me alegra saber que no soy la única que se siente así.
ResponderEliminarDescuida, me pasaré en cuanto pueda. Un beso cielo.