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lunes, 26 de agosto de 2013

let her go

Como cada viernes, estoy sentada en la mesa de siempre, de mi cafetería favorita. Perdida en un libro, con un zumo de piña en la esquina y una magdalena a la mitad. Cuando oigo a mi espalda: ‘’Cuanto tiempo, ¿me puedo sentar?’’ No me hizo falta girar, sabía que era él, habría recocido su voz en cualquier lugar. Sonreí y asentí.  Se sentó frente a mí. Empezó a hablar, pero era incapaz de escucharle, me pareció oírle decir algo de rescatar una causa perdida.  No supe que hacer. Las piernas me empezaban a fallar, la respiración se me entrecortaba  y sentía como un nudo en la garganta. Y sin más, le empecé a hablar de las noches en vela, de las cicatrices, de lo egoísta que estaba siendo conmigo.  Entonces fue cuando le señale el camino de ida, a pesar de que lo necesitaba más que nunca.



Dijiste que nunca volverías, sin embargo mírate aquí. 

2 comentarios:

  1. Ohh! Me encanta este mini-relato :) Me identifico mucho. De hecho, yo también haría lo mismo que la protagonista: Si me dijiste adiós una vez, ¿para qué volviste? ¿para hacer más daño todavía? En ese caso, ya te puedes ir por donde has venido...
    Creo que más o menos lo que dice el texto es eso, ¿no? ;)
    Un abrazo y, por favor, pásate por mi última entrada, necesito opiniones :3

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  2. Muchisimas gracias, me alegra saber que no soy la única que se siente así.
    Descuida, me pasaré en cuanto pueda. Un beso cielo.

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